Los atrasos de tipo de cambio y tarifas tienen que ser corregidos para encarar un sendero creíble y sustentable macroeconómicamente, que sea el punto de partida para crecer, acumular reservas y cumplir con las obligaciones externas. Pero es indispensable minimizar el impacto de estos ajustes en un contexto social crítico. La magnitud del desafío excede las capacidades de un gobierno de coalición muy debilitado luego de las PASO, lo que obliga alcanzar un acuerdo que incluya al FMI y a la oposición.

La situación económica y política de la Argentina no permite descuidar el nivel de brecha cambiaria.En los primeros 10 meses del año se acumularon reservas por apenas u$s 3600 millones pese a que el tipo de cambio oficial es elevado respecto al promedio histórico, hay récord en los términos de intercambio, hubo un ingreso extraordinario de Derechos Especiales de Giro (u$s 4335 millones) y prácticamente no se registran pagos de deuda. Esta dinámica no es sostenible si proyectamos las necesidades de divisas para hacer frente al compromiso con el FMI y los acreedores privados. Aún cerrando un programa de facilidades extendidas con el FMI a 10 años los vencimientos -entre títulos público y el organismo- alcanzarían u$s 16.000 millones a partir de 2024/25.

¿Por qué ponemos el foco en la brecha? Niveles tan altos de diferencia entre el tipo de cambio oficial y paralelo desalientan el ingreso de dólares a través del mercado oficial y fomentan la demanda de divisas por encima de las necesidades productivas. La historia y el sentido común indican que es imposible acumular reservas y/o crecer con este nivel de brecha.

 

En este contexto el objetivo debería ser reducir la brecha de arriba hacia abajo. Esto implica no cargar todo el ajuste en el tipo de cambio oficial y convencer al mercado de que la Argentina es competitiva y hay un sendero posible de acumulación de divisas y consolidación fiscal que permite honrar los compromisos y crecer. No es una tarea fácil, pero es el único camino para generar una demanda externa de activos argentinos que permita bajar la brecha sin devaluar violentamente. Dada la dificultad que esto genera, podríamos pensar en una mixtura entre una suba del tipo de cambio oficial y una reducción de la brecha hasta alcanzar el 30-40% que es el umbral a partir del cuál se puede crecer y acumular reservas.

 

Convencer al mercado requiere un programa macroeconómico: un plan de estabilización económicamente viable, pero también implementable desde el punto de vista social. En este punto el consenso entre oficialismo, FMI y oposición es indispensable.

Conceptualmente, un plan de estabilización debería contener, al menos, los siguientes puntos:

-Una regla fiscal, con un objetivo asequible y, deseablemente, aprobada por el Congreso con un amplio consenso, al menos de las dos fuerzas principales.

 

-Un programa monetario que apunte a la sostenibilidad del patrimonio del Banco Central y refuerce la primera regla, eliminando gradualmente el financiamiento monetario al Tesoro.

Este programa debería estar consensuado con el FMI, por lo que va a ser indispensable mostrar un sendero de superávit de cuenta corriente externa. Acá es donde juega la competitividad cambiaria. Según el propio Fondo, la corrección del tipo de cambio real que se necesita se ubica en torno de 25%. Para alcanzar este nivel de competitividad se requiere un salto cambiario del tipo de cambio oficial de 40% y una fuerte suba de tasas de interés para disociar los precios de la suba del tipo de cambio. Si se optara por un deslizamiento más paulatino, el Banco Central debería subir aún más la tasa de interés y poner una pared de venta divisas con los dólares que consiga del FMI (los transcendidos indican que podrían devolverse los DEG’s), restringiendo momentáneamente el crédito productivo para importar bienes, que hoy es una de las espuelas que drenan la reservas en una economía sin mercado interno. La premisa es que primero se estabiliza y a partir de ahí se generan las condiciones para el desarrollo productivo y los instrumentos financieros asociados.

El último punto, pero no menos importante, es que no podemos dejar de contemplar la sostenibilidad política del programa. Corregir el tipo de cambio real es regresivo. Para dar una dimensión, la magnitud del ajuste de tipo de cambio que plantea el FMI implica volver (o quizás incluso superar) el récord de inflación alcanzado por la gestión Cambiemos, de 55-60%, incluyendo un ajuste de tarifas. Semejante programa necesita de transferencias sociales directas, posiblemente más poderosas que el IFE y por al menos dos trimestres, de modo tal de contener los indicadores sociales. Después de eso, hay que sostener la gobernabilidad hasta fines de 2023. Algo que luce difícil sin el apoyo del FMI y la oposición de forma tal de generar la cohesión social necesaria.

Ni siquiera el enunciado de estos puntos luce simple. Mucho menos en la previa de una elección con una coalición de gobierno tan débil y con poca capacidad de imponer una agenda propia. Sin embargo, de esta se sale con un gran acuerdo social, o no se sale. En este punto, el oficialismo tiene el deber de consolidarse políticamente y hacer una propuesta creíble. La oposición tiene la obligación de validar y acompañar una política de Estado, porque dos años es una eternidad en una economía sin rumbo y sin margen.